Elisabet Zamorano Martínez


Elisabet Zamorano en el Camino de Sant Jaume


¡Hola a todos de nuevo! Hoy será mi último post y con él os voy a contar lo prometido, mi aventura con el camino de Santiago, en concreto el Camino de Sant Jaume que es desde Sant Pere de Rodes hasta Lérida.

Fue una época de mi vida en la que laboralmente iba muy estresada, tenía demasiado trabajo y nada de tiempo para mí, con lo que decidí que tenía que buscar hacer algo que no me quitara mucho tiempo, pero que me permitiera desconectar y a la vez disfrutar de ello. ¿Cuál podía ser para mí una buena actividad? Pues sí, todo lo relacionado con la montaña, ya que no es un compromiso de tiempo, pero sí un gran satisfactorio momento de relax.

Entonces se me ocurrió hacer el camino de Santiago, que ya hacía tiempo iba detrás de hacerlo, con lo que empecé a buscar tiempo. Estaréis diciendo: “eso no se hace en un rato”. Cierto, son unos cuantos días, pero quería mirar si podría organizar unos días de vacaciones para hacerlo. Entonces encontré una solución o al menos eso pensé.

Un grupo de excursionistas quería reunirse para ir haciendo por etapas el camino de Sant Jaume. Es un largo recorrido, éramos 10 personas con las que organizarnos en horarios, días de fiesta, etc. Era un tanto complicado, pero el que algo quiere, algo le cuesta. Así que llegamos a hacer una etapa mínimo por mes, es poco y se hacía corto el fin de semana, pero también pasabas el mes organizando esos días.

El primer fin de semana que realizamos la primera etapa fue el 29 y 30 de noviembre de 2014. Madre mía y parecía ayer y va a hacer 2 años ya… Bueno, pues como os contaba, ese fin de semana, muchos lo recordarán, las lluvias llegaron con un poco de mala sombra, la verdad. ¿Recordáis unas inundaciones en Figueres? Pues sí, ahí estábamos todos y mi perra Taky, pasando por unas buenas aventuras, aunque he de decir que al amanecer y ver todo lo que nos rodeaba, daba miedo, respeto y sobre todo mucha pena. Empezamos el sábado de madrugada, con una niebla en el monasterio de Sant Pere de Rodes que no veías a quien tenías a tu lado. Llevaba a mi perra Taky, para quien era su primera aventura (una tan larga, quiero decir). Íbamos a hacer unos 28’7 km el primer día de Sant Pere de Rodes a Figueres y al día siguiente serían unos 17 km de Figueres a Bàscara. La cosa prometía, el primer día lo pasamos todos bastante bien, con el cansancio oportuno, pero muy placentero. Como decía, éramos 10 y el ser un grupo tan grande y que cada uno lleva su ritmo, hace que todos vayamos unidos y ayudando a cada uno; es divertido y me encantó conocer historias de cada uno, coger más afinidad con unos y con otros, había que ser comprensivos con el ritmo de todo el grupo y así controlar el tiempo de caminata, pero bueno, fue bien en ese sentido porque sin conocernos nos llevábamos bien.

Llegó el segundo día y la verdad es que no sabíamos lo que nos esperaba al abrir la puerta y empezar la ruta. Habíamos oído llover toda la noche sin parar, con muchos truenos, pero no esperábamos encontrarnos con ese desastre. Salíamos de Figueres, cruzando el centro y al llegar a la plaza, estaba hundida. ¡Madre mía qué desolador, qué desastre! Al pasar por las casas, muchas con escombros dentro, gente limpiando el interior de sus casas, coches dentro de ellas… ¡Ufff! Una imagen desastrosa, pero esto acababa de empezar, nosotros muy a nuestro pesar no podíamos quedarnos, pues el lunes muchos teníamos que ir a trabajar, nuestros coches los teníamos en Bàscara y teníamos que ir hasta allí andando, ya que nos habían dicho que no habían trenes ni ningún transporte por la zona hasta nuevo aviso, porque las carreteras estaban inundadas. Con lo cual teníamos que continuar y hacernos fuertes para poder avanzar sin ningún percance más.

Solamente nos quedaba avanzar y con positividad. Al principio nos parecía una aventura en la que no veíamos ningún peligro, pero sabíamos que íbamos a ir pasados por agua, con lo que a reírnos un rato, porque frío íbamos a pasar. Empezamos a avanzar y en cada paso un percance nos encontrábamos: si no era barro, era desviarnos un poco de la ruta para evitar árboles caídos o charcos inmensos, pero esto aún no era nada, yo llevaba a Taky suelta, para que ella pudiera tomar las riendas de sus decisiones, por dónde cruzar y que no pasara nada. Cada vez se complicaban más las cosas, todos estábamos cansados, porque los pies arrastraban barro, no parábamos de tener que sortear grandes charcos y cada vez era peor. Llegamos a tener que remangarnos los pantalones, descalzarnos y, con mochilas, botas en las manos y pies en el barro, fresquitos a cruzar largos caminos. Por una parte íbamos intentando ver la parte positiva que pudiera haber, pero es verdad que nos preocupaba qué podíamos encontrar más adelante.

A mí además me preocupaba mi perra, porque ellos son animales, no piensan en más adelante, disfrutan del momento. Se ponía a correr como loca por los charcos, porque le encanta el agua, pero claro, yo pensaba “si se cansa ya la hemos hecho buena, no querrá continuar y será una lucha”. Cómo iba a llevarla en brazos en aquella situación y más porque es una perra de 20 kg… Pero entonces íbamos avanzando, entramos a un pueblecito, que si habían 10 casa eran muchas y el camino se nos había acabado. Ahora sí que ya la habíamos hecho buena, estábamos delante de un río con bastante carácter que nos detenía en seco en nuestra dirección, empezamos a buscar la forma de cruzar, pensar en cuerdas, troncos, buscar otro camino, tirar algo que nos dejara hacer pie y nos diera seguridad, pero yo a todas las opciones que dábamos les veía un grave problema: había una profundidad de medio metro, el río bajaba troncos y lo que no son troncos, piedras, tablas, etc. y venía todo con mucha fuerza, con lo que yo lo de cruzar en brazos a mi perra de 20 kg más la mochila y todo lo que veía bajar, lo veía un suicidio. Así que el grupo estaba de acuerdo en que no era una opción posible la de cruzar ese río, teníamos que pensar en otra. Hablamos con gente del pueblo, no había cobertura, no tenían línea de teléfono, se había roto y no había un pueblo cercano. Después de casi unos 12 km que llevábamos la opción era volver atrás. No podía ser, después de ya todo lo pasado, nos negábamos a echar atrás, con lo que el pueblo al ver nuestra situación, nos ayudó. Estoy hablando de Pontós, con el señor José. Siempre se lo agradeceremos, el único pagés de la zona que tenía el tractor en el pueblo y gracias a él pudimos cruzar. Nos montó en la pala y fuimos cruzando el río. Gracias y más gracias, llegamos a Bàscara sanos y salvos.

Espero haberos podido contar mis aventuras, experiencias y vivencias en relación al deporte en mi vida, cada uno tiene historias y cosas bonitas que contar, me gusta haber compartido esto y que os haya gustado también a vosotros.

Gracias a todos y espero pronto poderos contar más aventuras. Ya estoy empezando a reforzar el tobillo, con lo que ya mismo os podré contar nuevas aventuras. Igualmente podéis seguir mis pasos en las redes sociales ya mencionadas en el post de la presentación.

Un cordial saludo y un abrazo a todos. ¡Hasta pronto!

Elisabet Zamorano Martínez